"En mis cuadros, pongo todas las cosas que me son queridas. Para mí, es muy triste
que un pintor al que le gustan las mujeres rubias no se decida a meterlas en su cuadro
¡Porque no le hacen juego con el frutero! ¡Y qué miseria la de un pintor que odiase
las manzanas, pero que se sirviera de ellas con profusión, porque le hacen juego
con la alfombra que está pintando! ¿Puede una mujer que no fuma pintar una pipa?
¡Sería monstruoso! En mis cuadros, aparecen las cosas que yo amo. Y cómo luego
ellas casan entre sí, es su problema; allá ellas, que se las arreglen como puedan".
Picasso amaba a los animales; en realidad, los adoraba. En todas las épocas
de la pintura de Pablo (la azul, la rosa, la cubista, la realista, la expresionista
y la informal) aparecen animales; a veces son protagonistas del cuadro,
en otras ocasiones figuran como actores significativos e indispensables,
y no como mero acompañante del hombre.
En Bateau-Lavoir tuvo tres gatos siameses, un perro, un macaco y una tortuga;
en el cajón de la mesa habitaba un ratón blanco domesticado.
Le gustaba el burro de un amigo suyo, que un día coceó su paquete de tabaco;
le encantaba el cuerpo amaestrado de un conejo llamado Agile y lo pintó
(en "La mujer con cuervo") con la hija de un amigo. En el estudio de Vallauris
tenía una cabra; en el de Cannes, un mono.
En cuanto a perros, ni un día vivió privado de su compañía. Ya de joven
se presentaba habitualmente paseándose con un can. En Montrouge,
tenía dos molosos; luego se hizo con un fox terrier.
Sus perros se llamaron Frika, Elft, Kazbek. Siempre deseó tener un gallo
en casa y una cabra; soñó con disponer de un tigre. Si dependiera sólo
de él, hubiera estado rodeado siempre de una verdadero arca de Noé.
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